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Hemen zaude: Hasiera Noticiero por la Igualdad de Oportunidades entre Hombres y Mujeres Archive 2007 09 18 Violencia de género: Iglesia y valores
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Violencia de género: Iglesia y valores

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Fuente: José Joaquín Castellón, párroco del Divino Salvador (lasemana.eu)

El papel que la Iglesia ha jugado, y está jugando, en el problema de la violencia de género no siempre ha sido el más adecuado, ni el más acorde con el evangelio. Es cierto que durante mucho tiempo la Iglesia ha sido la institución donde la mujer, si hacía una opción por los votos religiosos, contaba con unas posibilidades mayores que en el resto de la sociedad. Sor Juana Inés de la Cruz, de las mejores escritoras de la historia de México, comentaba que una de sus principales razones para abrazar el hábito religioso era el no ser la esclava de ningún hombre y poder cultivar su amor por la cultura y la poesía. Es cierto, también, que dentro de una cultura totalmente machista la Iglesia exhortaba a los varones a cuidar a las mujeres como si fuera a ellos mismos, a respetarlas y a valorarlas.

El papel que la Iglesia ha jugado, y está jugando, en el problema de la violencia de género no siempre ha sido el más adecuado, ni el más acorde con el evangelio. Es cierto que durante mucho tiempo la Iglesia ha sido la institución donde la mujer, si hacía una opción por los votos religiosos, contaba con unas posibilidades mayores que en el resto de la sociedad. Sor Juana Inés de la Cruz, de las mejores escritoras de la historia de México, comentaba que una de sus principales razones para abrazar el hábito religioso era el no ser la esclava de ningún hombre y poder cultivar su amor por la cultura y la poesía. Es cierto, también, que dentro de una cultura totalmente machista la Iglesia exhortaba a los varones a cuidar a las mujeres como si fuera a ellos mismos, a respetarlas y a valorarlas.

Pero no podemos olvidar que la Iglesia ha hecho pasar por canónicas situaciones que sólo eran elementos culturales caducos a superar. No se puso la Iglesia a la cabeza del movimiento por conseguir el voto femenino, a pesar de que el Génesis dice “varón y mujer los creó, a su imagen y semejanza los creó”. Es cierto que la Iglesia ha estado cerca de las mujeres que pedían ayuda ante una situación desesperada; pero no se ha comprendido que quien se une a una mujer para hacerla su esclava y su sierva no cumple un requisito fundamental para acceder al sacramento del matrimonio, y se ha invitado a muchas personas a perpetuar situaciones de profunda injusticia humana y divina.

Sigue siendo una asignatura por aprobar el papel de la mujer en la Iglesia. Recientemente el Cardenal de Sevilla, en la carta pastoral sobre los laicos, nos ha exhortado a todos a que la mujer acceda en situación de igualdad a todos los servicios que permita el Código de Derecho Canónico. Y es que hay mucho que andar en nuestra comunidad cristiana, sobre todo en los niveles más altos de la institución. En algunas de las altas instituciones vaticanas han entrado, por fin, mujeres para ayudar a tomar las decisiones más importantes. Es un camino en el que avanzar rápidamente. No estoy hablando, en este momento, del acceso de la mujer al sacerdocio, sino tan sólo de todos los servicios que pueden ejercer las mujeres y que por rémoras de una cultura eclesial machista simplemente no se contemplan como normales: profesoras de teología, miembros de consejos diocesanos, ponentes de ejercicios espirituales, formadoras de seminario, hermanas mayores de cofradías, delegadas episcopales, nuncias apostólicas.

También las propias mujeres dentro de la Iglesia han de ir tomando conciencia de la necesidad de una igualdad cada vez mayor. Casi la totalidad de los varones que asumen la vocación de consagración religiosa estudian teología, piensen ordenarse o no. Son excepciones las religiosas que han estudiado teología, y ello priva a la Iglesia de la mitad de sus potencialidades de catequización, de la mitad de las fuerzas que tendría para iluminar desde la Palabra de Dios y la reflexión teológica la cultura actual. En una sociedad en proceso de secularismo no deberíamos prescindir de ninguna de las posibilidades de evangelización de que disponemos. Necesitamos, también, religiosas que lúcidamente manifiesten su fe.

Hay reformas que es urgente asumir. Es casi ridículo que las mujeres no puedan acceder a los ministerios de lectorado y acolitado cuando la mayoría de los lectores de nuestras misas son lectoras; y cuando las que visitan, en abrumadora mayoría, a los enfermos son mujeres y, muchas, les llevan la comunión.

Pero todo esto alcanza en nuestra situación cultural una importancia añadida. Toda situación que minusvalore de hecho a la mujer y que parezca considerarla como una persona menos capaz que el varón, es una situación que favorece implícitamente la violencia de género. Aunque no sea el único componente del problema, en la cultura machista, en la que el hombre se considera más capaz que la mujer en los aspectos determinantes de la vida, está a la base de muchos comportamientos de violencia de género.

Muchos hombres pegan a sus mujeres porque “no le pueden consentir” tal o cual comportamiento. No podemos dar la imagen en la Iglesia de que a las mujeres “no le podemos consentir” tal o cual servicio. La comunidad cristiana ha de encontrar, con creatividad y valentía, el camino por el que la mujer pueda estar al servicio del evangelio con toda la potencialidad de su inteligencia y de su afectividad.

La incorporación de la mujer a todas las instancias sociales es un signo de los tiempos. Un signo de los tiempos a asumir no acrítica sino lúcidamente y en sintonía con el Evangelio. Pero no debe retrasarse la conversión de la Iglesia al Dios de la vida, del que son imagen varón y mujer, y que sigue hablando en la historia.
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